lunes, 18 de agosto de 2008

Pero, hoy es otro día

El seis de agosto publiqué el primer malentendido. Abel y la bombilla.
El de hoy va de animales.
Hace muchos años, en mis primeros pasos como miembro de la aldea, decidí probar a tener animales de granja. Ya tenía perros y caballos, pero no sabía nada del comportamiento de otros. Como no me gustan las gallinas, decidí comprar ocas, por su fama de defensoras (ellas fueron las que avisaron al Capitolio de la invasión de los bárbaros). Pensé para ellas los nombres que me parecieron más adecuados y decidí como apropiados Ocaso, Ocarina, Loquita (la oquita), Loquito y TanoKa ( que era un jugador de baloncesto del Joventut de Badalona y porque fué la última que tuve, pero aunque era pequeña era Tan Oka como las demás). Su historia no fué demasiado próspera, aún cuando yo hice verdaderos esfuerzos para que lo fuera. La primera (quizá en honor a su nombre) en sucumbir, fué Ocaso, víctima del perro de un vecino, en un paseo que hicimos Víctor y yo hasta el estanque en el que tengo las carpas y a donde quise llevarlas para darles la alegría de que pudiesen disfrutar del agua...como la finca estaba abierta, de repente y como una flecha, vimos precipitarse sobre ella, sin poder evitarlo, un perro. Detrás venían los dueños, pero tampoco ellos pudieron hacer nada. La enterramos con cierta solemnidad...Varios años después, todas fueron sucumbiendo de forma similar, pero ninguna nos dió tanta pena, porque las otras ya eran grandes, eran muy agresivas y sabían defenderse.
El caso es que cuando las compré, eran muy pequeñitas. Y es cierto que siguen, como si fuera su madre, la primera cosa que ven. Yo había visto en la tele un reportaje en el que seguían a una bicicleta, pero siempre pensé que tendría truco...Y de repente las vi, detrás de mi, como si yo fuera mamá oca...En principio, seguían a cualquier persona, supongo que imaginando que mamá eran dos pies que se movían, porque eran tan pequeñas que no alcanzaban a ver más arriba... Yo me escondía detrás de un árbol y allí se quedaban, pensando que era yo. Como me daba pena que echaran de menos a "mamá", fuí llenando el espacio de cosas a las que ellas pudieran acercarse y se sintieran seguras; y lo que más a mano tenía eran sillas, así que puse tres o cuatro, por el recinto adelante. En una ocasión vino Marina, una chica encantadora, profesora de inglés, amiga de mi hermana pequeña, a pasar la tarde en Paradela. Le enseñé las ocas y me preguntó porqué había tantas sillas. Contesté:
-"Es que las ocas creen que son personas"
Y Marina preguntó.
-"¿Y se sientan?".
Tardé un rato en comprender la pregunta...